Escuelitas de fin de mundo
12/04/10
Por Silvana Melo
(APe).- En la larga tierra de los excluidos e invisibles, un millón de chicos se agrupan de a montoncitos pequeños en los rincones más remotos. En las fronteras donde si se mira fuerte la nariz se cae a otra bandera. En los desiertos sin agua y de noches heladas. En los impenetrables de patitas curtidas a puro abrir caminos en la selva. En la piedra y la pajabrava que azuza los pies de la cordillera. Es decir, en los olvidos más olvidos del mundo.
El Ministerio de Educación de la Nación se está enterando, de a poquito, de que existen 15.600 escuelas rurales. Y en poco tiempo sabrá, por primera vez, dónde está ubicada exactamente cada una. Porque hasta ahora la mayoría son puntos perdidos en un horizonte ajeno, a horas de ambulancia, a kilómetros de zapatillas deszueladas, a años luz del ombligo del mundo.
Son el 10 por ciento de los alumnos del país. Pibes y pibas que aprenden a sumar contando piedras coloradas y a escribir su nombre con ramitas en el desierto.
La Universidad Nacional del Centro de la Provincia (Unicen) con la coordinación del licenciado Daniel Herrero desde la Facultad de Ciencias Económicas, terminó un censo que incluyó a cada una de las escuelas perdidas en los arrabales del país, ahí donde las patria es una brisa que se cae por las fronteras o donde ranchitos de barro ensayan una pizarra incierta. La mayoría sin agua, algunas no fueron atendidas en su infraestructura desde el Plan Quinquenal de Juan Domingo Perón, con accesibilidad complejísima y un aislamiento feroz. Allí llegaron los censistas. Seres humanos distintos que por primera vez en años pisaban tierras marcadas a fuego por el olvido. Mirados con perplejidad y ojos de maravilla, recibidos como ministeriales, con fiestas populares, con lágrimas y conmoción ante una fotografía digital.
Las escuelas rurales son el 38 por ciento de los establecimientos del país. Son un millón de enterezas, un millón de mansedumbres a pie, en mula, en bicicleta, en bote, en balsa, kilómetros y kilómetros para llegar a una escuela que es un aula, a una maestra que es directora y cocina y limpia, a un comedor que es el único plato del día y tan escaso como el futuro que dicen que les dijeron que algún día llegará. Acaso con los mismos agujeros en la puntera de las zapatillas.
Las recepciones a los censistas, cuenta Herrero, eran sorprendentes. “En algunas escuelitas rurales los trataban como si estuviera llegando el Ministro de Educación, con una solemnidad increíble; en otros les hacían una fiesta popular de bienvenida”. Eso, tal vez, fue lo más impactante: “una fiesta con todos los que vivían ahí, con música, con muchas expresiones de cariño”. Chicos que no conocen otro horizonte que el desierto o la montaña infranqueable asombrados hasta el llanto por una tecnología que en el ombligo del país es cotidiana. “Iban dos censistas, uno con perfil tecnológico, con cámara digital y GPS para tomar la coordenadas y conocer la ubicación exacta; otro fotografiaba el lugar, las instalaciones, los docentes, los alumnos; muchos chicos no conocían eso y verse retratados en la computadora del censista les resultaba emocionante, lloraban”.
Los jardines son el 38% del total de los establecimientos rurales; las primarias, un 49%, y las secundarias, el 28. Un 25 por ciento de las escuelitas accede al agua potable. El 45 % sólo puede obtenerla de alguna fuente subterránea. El resto debe esperarla, una vez por semana. Es una fiesta cuando llega el carro con los bidones. Para tomar y para hacer engrudo. Para bañarse y para pintar con acuarela. Para cocinar y para refrescarse los pies a la llegada. La electricidad y el gas son utopías de otros mundos.
“La Argentina hasta ahora no sabía con cuántas escuelas rurales contaba ni en qué lugar exacto estaban ubicadas”. Es decir que “si tiene que llegar un helicóptero, cuando brota el dengue o la gripe A, va a estar horas volando hasta encontrarla”. La salud es una tragedia y la muerte está tan cerca como lejos la camilla, la gasa y el estetoscopio: una ambulancia puede tardar en llegar una hora a cualquier escuelita perdida. En el NOA, hasta once horas.
Ahora, tal vez, pueden llegar a convertirse en un puntito blanco en el mapa. Cruzadas por coordenadas. Señaladas por la pupila misteriosa del GPS. Por una vez, otros ojos asistieron a las imágenes ocultas de otro país. De un territorio remoto, ajeno e ignorado por las grandes pantallas mediáticas. Un país que también es el país. Cuyas voces se han adelgazado hasta volverse silencio. Cuyos pasos se han descarnado hasta volverse invisibles. Al que todo le cuesta mil veces más que al urbano, al central, al de la oficina donde dicen que atiende Dios.
Cuando en las altas oficinas del Palacio Pizzurno sepan cuántas escuelas hay desparramadas en campo y desierto y montaña. Cuando sepan dónde están. Cuando sepan cómo se llega. Acaso el futuro, con sus valijas maltrechas, tenga un camino más allanado para hacerles una visita.
Oberá y la memoria de Don Cáceres
13/04/10
Por Carlos del Frade
(APe).- Ricardo Cáceres era uno de los cuatro hijos de un mensú.
12/04/10
Por Silvana Melo
(APe).- En la larga tierra de los excluidos e invisibles, un millón de chicos se agrupan de a montoncitos pequeños en los rincones más remotos. En las fronteras donde si se mira fuerte la nariz se cae a otra bandera. En los desiertos sin agua y de noches heladas. En los impenetrables de patitas curtidas a puro abrir caminos en la selva. En la piedra y la pajabrava que azuza los pies de la cordillera. Es decir, en los olvidos más olvidos del mundo.
El Ministerio de Educación de la Nación se está enterando, de a poquito, de que existen 15.600 escuelas rurales. Y en poco tiempo sabrá, por primera vez, dónde está ubicada exactamente cada una. Porque hasta ahora la mayoría son puntos perdidos en un horizonte ajeno, a horas de ambulancia, a kilómetros de zapatillas deszueladas, a años luz del ombligo del mundo.
Son el 10 por ciento de los alumnos del país. Pibes y pibas que aprenden a sumar contando piedras coloradas y a escribir su nombre con ramitas en el desierto.
La Universidad Nacional del Centro de la Provincia (Unicen) con la coordinación del licenciado Daniel Herrero desde la Facultad de Ciencias Económicas, terminó un censo que incluyó a cada una de las escuelas perdidas en los arrabales del país, ahí donde las patria es una brisa que se cae por las fronteras o donde ranchitos de barro ensayan una pizarra incierta. La mayoría sin agua, algunas no fueron atendidas en su infraestructura desde el Plan Quinquenal de Juan Domingo Perón, con accesibilidad complejísima y un aislamiento feroz. Allí llegaron los censistas. Seres humanos distintos que por primera vez en años pisaban tierras marcadas a fuego por el olvido. Mirados con perplejidad y ojos de maravilla, recibidos como ministeriales, con fiestas populares, con lágrimas y conmoción ante una fotografía digital.
Las escuelas rurales son el 38 por ciento de los establecimientos del país. Son un millón de enterezas, un millón de mansedumbres a pie, en mula, en bicicleta, en bote, en balsa, kilómetros y kilómetros para llegar a una escuela que es un aula, a una maestra que es directora y cocina y limpia, a un comedor que es el único plato del día y tan escaso como el futuro que dicen que les dijeron que algún día llegará. Acaso con los mismos agujeros en la puntera de las zapatillas.
Las recepciones a los censistas, cuenta Herrero, eran sorprendentes. “En algunas escuelitas rurales los trataban como si estuviera llegando el Ministro de Educación, con una solemnidad increíble; en otros les hacían una fiesta popular de bienvenida”. Eso, tal vez, fue lo más impactante: “una fiesta con todos los que vivían ahí, con música, con muchas expresiones de cariño”. Chicos que no conocen otro horizonte que el desierto o la montaña infranqueable asombrados hasta el llanto por una tecnología que en el ombligo del país es cotidiana. “Iban dos censistas, uno con perfil tecnológico, con cámara digital y GPS para tomar la coordenadas y conocer la ubicación exacta; otro fotografiaba el lugar, las instalaciones, los docentes, los alumnos; muchos chicos no conocían eso y verse retratados en la computadora del censista les resultaba emocionante, lloraban”.
Los jardines son el 38% del total de los establecimientos rurales; las primarias, un 49%, y las secundarias, el 28. Un 25 por ciento de las escuelitas accede al agua potable. El 45 % sólo puede obtenerla de alguna fuente subterránea. El resto debe esperarla, una vez por semana. Es una fiesta cuando llega el carro con los bidones. Para tomar y para hacer engrudo. Para bañarse y para pintar con acuarela. Para cocinar y para refrescarse los pies a la llegada. La electricidad y el gas son utopías de otros mundos.
“La Argentina hasta ahora no sabía con cuántas escuelas rurales contaba ni en qué lugar exacto estaban ubicadas”. Es decir que “si tiene que llegar un helicóptero, cuando brota el dengue o la gripe A, va a estar horas volando hasta encontrarla”. La salud es una tragedia y la muerte está tan cerca como lejos la camilla, la gasa y el estetoscopio: una ambulancia puede tardar en llegar una hora a cualquier escuelita perdida. En el NOA, hasta once horas.
Ahora, tal vez, pueden llegar a convertirse en un puntito blanco en el mapa. Cruzadas por coordenadas. Señaladas por la pupila misteriosa del GPS. Por una vez, otros ojos asistieron a las imágenes ocultas de otro país. De un territorio remoto, ajeno e ignorado por las grandes pantallas mediáticas. Un país que también es el país. Cuyas voces se han adelgazado hasta volverse silencio. Cuyos pasos se han descarnado hasta volverse invisibles. Al que todo le cuesta mil veces más que al urbano, al central, al de la oficina donde dicen que atiende Dios.
Cuando en las altas oficinas del Palacio Pizzurno sepan cuántas escuelas hay desparramadas en campo y desierto y montaña. Cuando sepan dónde están. Cuando sepan cómo se llega. Acaso el futuro, con sus valijas maltrechas, tenga un camino más allanado para hacerles una visita.
Oberá y la memoria de Don Cáceres
13/04/10
Por Carlos del Frade
(APe).- Ricardo Cáceres era uno de los cuatro hijos de un mensú.
Un obrero de los yerbatales, los cañaverales y cualquier otra explotación que necesitara de peones resistentes, que trabajaran de sol a luna y comieran salteado.
Don Cáceres se agarró paludismo y se metió en la selva misionera. Porque si lo encontraban enfermo lo despedían y se quedaba sin la miseria que tenía el falso nombre de salario pero que a él le hacía falta para sostener lo mínimo para alimentar a sus hijos.
Uno de ellos, Ricardo, se hizo militante revolucionario después de tantas y tantas injusticias que vio en el cuerpo y el alma de su padre, en el cuerpo y el alma de su tierra misionera, en cercanías de Posadas, la ciudad capital, o de Oberá, la ciudad que brilla, según explican los guaraníes.
Ricardo entendió que el saqueo no solamente era contra tipos como su viejo sino también contra la tierra colorada y su magnífica y colosal biodiversidad.
Supo, desde hace décadas, que la pobreza está desbocada en esa provincia tan rica y tan ajena de sus hijos.
Siempre, Ricardo, cuenta la historia de su viejo, el mensú que aguantó lo indecible en la geografía misionera. La cuenta porque quiere que todos aprendan que el único camino para encontrarle el sentido a la palabra futuro es luchar contra los que empobrecen a la ciudad que brilla, Oberá, contra los que saquean la provincia que se hunde en el cuerpo del Brasil.
Ricardo tiene razón. Su historia individual es la síntesis de una crónica colectiva que se continúa en estos días.
La información da cuenta del reciclaje del despojo.
“Tras 14 años de funcionamiento, desmantelaron la unidad de recuperación nutricional en el Samic de Oberá, Misiones. Las autoridades sanitarias esgrimen que ya no es necesaria. El especialista que tuvo a su cargo la unidad desde su creación asegura que la decisión deja desprotegidos a los niños desnutridos. ‘Hoy estamos más preocupados por la obesidad’, argumentó el ministro de Salud provincial, José Guccione”, apuntan los medios de comunicación regionales.
Hay cinismo en esa declaración. Les preocupa la obesidad. La desnutrición no forma parte de la agenda de preocupaciones del gobierno misionero, según dice su ministro de Salud.
-Llevo 27 años trabajando con desnutridos y 14 años comprometido con esta unidad de recuperación, y la decisión de cerrarla definitivamente supera totalmente mi capacidad de asombro y desilusión – dijo el pediatra Basilio Malczewski, quien asegura y documenta que desde su creación a esta parte la mencionada unidad recuperó de cuadros de desnutrición a más de 500 niños obereños y de localidades cercanas.
La indignación del pediatra tiene fundamentos: “Los desnutridos leves son tratados por medio de tratamientos ambulatorios, pero los graves deben ser internados en unidades especiales porque se exponen a riesgos de estar en salas comunes. No se puede querer tapar el sol con las manos, siguen habiendo índices de pobreza y desnutrición, no hay que esconder la pobreza, debemos hacernos cargo. No tienen idea de lo que están haciendo. Estamos retrocediendo 20 años atrás con esta decisión”, remarcó Malczewski.
Para los referentes de la Asociación de Trabajadores del Estado de Oberá, es necesario reabrir la Unidad de Recuperación Nutricional “de este hospital, sector que ha contribuido a hacer frente al grave problema de la desnutrición infantil que azota a nuestra provincia y en especial a nuestra ciudad. No queremos asistir más al desmantelamiento de la Salud Pública”, sostuvieron los dirigentes gremiales.
Quizás la historia de Ricardo Cáceres sea un camino a tomar. Protagonizar los cambios que terminen de una vez y por todas con funcionarios que multiplican las consecuencias del saqueo y la pobreza impuesta.
Ved en trono a la noble maldad
15/04/10
Por Alfredo Grande
(APe).- Aldo Cammarota, un humorista de otros tiempos, decía que el drama del hombre es que se enamora de la novia pero se casa con la esposa. Lecturas de género mediante, es aplicable a la mujer que se enamora del novio pero se casa con el marido. Los demócratas bien pensantes se enamoran de la justicia pero se casan con el derecho. Y los principios mas elementales de la cultura tienen que ser dirimidos en los estrados judiciales. Como siempre se dijo, la mitad de la jurisprudencia va para un lado, la otra mitad va para el otro.
Ver nota completa en el sitio original
El pan y eso que llamamos vida
14/04/10
Por Oscar Taffetani
(APe).- Cuando los proveedores de carne -núcleo puro y duro del ser alimentario nacional- decidieron que había que restringir la oferta y hacer subir los precios (porque sí, porque ya está bueno, porque si no, me dedico a la soja), manadas de consumidores se lanzaron a las góndolas del pollo, descubriendo al instante que el pollo, el maldito pollo, también se les escapaba. Una voz de presidenta susurró “chancho” y allá fueron todos, apretujados, a cazar marranos a las góndolas. Pero los chanchos volaban alto.
Ver nota completa en sitio original
Si desea enviarnos un mensaje, puede hacerlo a
agenciapelota@pelotadetrapo.org.ar
Don Cáceres se agarró paludismo y se metió en la selva misionera. Porque si lo encontraban enfermo lo despedían y se quedaba sin la miseria que tenía el falso nombre de salario pero que a él le hacía falta para sostener lo mínimo para alimentar a sus hijos.
Uno de ellos, Ricardo, se hizo militante revolucionario después de tantas y tantas injusticias que vio en el cuerpo y el alma de su padre, en el cuerpo y el alma de su tierra misionera, en cercanías de Posadas, la ciudad capital, o de Oberá, la ciudad que brilla, según explican los guaraníes.
Ricardo entendió que el saqueo no solamente era contra tipos como su viejo sino también contra la tierra colorada y su magnífica y colosal biodiversidad.
Supo, desde hace décadas, que la pobreza está desbocada en esa provincia tan rica y tan ajena de sus hijos.
Siempre, Ricardo, cuenta la historia de su viejo, el mensú que aguantó lo indecible en la geografía misionera. La cuenta porque quiere que todos aprendan que el único camino para encontrarle el sentido a la palabra futuro es luchar contra los que empobrecen a la ciudad que brilla, Oberá, contra los que saquean la provincia que se hunde en el cuerpo del Brasil.
Ricardo tiene razón. Su historia individual es la síntesis de una crónica colectiva que se continúa en estos días.
La información da cuenta del reciclaje del despojo.
“Tras 14 años de funcionamiento, desmantelaron la unidad de recuperación nutricional en el Samic de Oberá, Misiones. Las autoridades sanitarias esgrimen que ya no es necesaria. El especialista que tuvo a su cargo la unidad desde su creación asegura que la decisión deja desprotegidos a los niños desnutridos. ‘Hoy estamos más preocupados por la obesidad’, argumentó el ministro de Salud provincial, José Guccione”, apuntan los medios de comunicación regionales.
Hay cinismo en esa declaración. Les preocupa la obesidad. La desnutrición no forma parte de la agenda de preocupaciones del gobierno misionero, según dice su ministro de Salud.
-Llevo 27 años trabajando con desnutridos y 14 años comprometido con esta unidad de recuperación, y la decisión de cerrarla definitivamente supera totalmente mi capacidad de asombro y desilusión – dijo el pediatra Basilio Malczewski, quien asegura y documenta que desde su creación a esta parte la mencionada unidad recuperó de cuadros de desnutrición a más de 500 niños obereños y de localidades cercanas.
La indignación del pediatra tiene fundamentos: “Los desnutridos leves son tratados por medio de tratamientos ambulatorios, pero los graves deben ser internados en unidades especiales porque se exponen a riesgos de estar en salas comunes. No se puede querer tapar el sol con las manos, siguen habiendo índices de pobreza y desnutrición, no hay que esconder la pobreza, debemos hacernos cargo. No tienen idea de lo que están haciendo. Estamos retrocediendo 20 años atrás con esta decisión”, remarcó Malczewski.
Para los referentes de la Asociación de Trabajadores del Estado de Oberá, es necesario reabrir la Unidad de Recuperación Nutricional “de este hospital, sector que ha contribuido a hacer frente al grave problema de la desnutrición infantil que azota a nuestra provincia y en especial a nuestra ciudad. No queremos asistir más al desmantelamiento de la Salud Pública”, sostuvieron los dirigentes gremiales.
Quizás la historia de Ricardo Cáceres sea un camino a tomar. Protagonizar los cambios que terminen de una vez y por todas con funcionarios que multiplican las consecuencias del saqueo y la pobreza impuesta.
Ved en trono a la noble maldad
15/04/10
Por Alfredo Grande
(APe).- Aldo Cammarota, un humorista de otros tiempos, decía que el drama del hombre es que se enamora de la novia pero se casa con la esposa. Lecturas de género mediante, es aplicable a la mujer que se enamora del novio pero se casa con el marido. Los demócratas bien pensantes se enamoran de la justicia pero se casan con el derecho. Y los principios mas elementales de la cultura tienen que ser dirimidos en los estrados judiciales. Como siempre se dijo, la mitad de la jurisprudencia va para un lado, la otra mitad va para el otro.
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El pan y eso que llamamos vida
14/04/10
Por Oscar Taffetani
(APe).- Cuando los proveedores de carne -núcleo puro y duro del ser alimentario nacional- decidieron que había que restringir la oferta y hacer subir los precios (porque sí, porque ya está bueno, porque si no, me dedico a la soja), manadas de consumidores se lanzaron a las góndolas del pollo, descubriendo al instante que el pollo, el maldito pollo, también se les escapaba. Una voz de presidenta susurró “chancho” y allá fueron todos, apretujados, a cazar marranos a las góndolas. Pero los chanchos volaban alto.
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agenciapelota@pelotadetrapo.org.ar
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