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lunes, 27 de enero de 2014

Fiesta de Nuestra Señora de la Paz

Fiesta de Nuestra Señora de la Paz
 Lunes 27 Ene 2014 | 10:57 am
 La comunidad diocesana acudió a la fiesta en honor a María Reina de la Paz

Lomas de Zamora (Buenos Aires) (AICA): La diócesis de Lomas de Zamora celebró su fiesta patronal en honor a Nuestra Señora de la Paz, con una procesión por las calles céntricas de la ciudad y la celebración eucarística presidida por el obispo, monseñor Jorge Lugones SJ. La celebración fue convocada con el lema “Madre, enséñanos a estar siempre unidos a Jesús”. El obispo insistió a los fieles presentes en trabajar por la prioridad diocesana: salir al encuentro de los jóvenes adolescentes que no forman parte de las comunidades, y compartir el evangelio en los sectores más desprotegidos de las parroquias.

 La diócesis de Lomas de Zamora celebró su fiesta patronal en honor a Nuestra Señora de la Paz, con una procesión por las calles céntricas de la ciudad y la celebración eucarística presidida por el obispo, monseñor Jorge Lugones SJ. La celebración fue convocada con el lema “Madre, enséñanos a estar siempre unidos a Jesús”.
 La fiesta diocesana comenzó, como desde hace años, con la llegada en peregrinación de cientos de fieles en bicicleta, provenientes de las diversas parroquias de la jurisdicción eclesiástica. Una vez congregados a las puertas de la catedral, los bomberos voluntarios escoltaron la sagrada imagen de María hasta la plaza Grigera, donde se dio inicio a la misa.
 Monseñor Lugones basó su homilía en el pasaje evangélico del milagro de las bodas de Caná, que Jesús realiza por la intercesión de María. El prelado indicó que las bodas son signo de la alianza de Dios con su pueblo, y que la alegría de los esposos, no advertidos de la falta de vino que vendrá, refleja aún la falta de conciencia de muchas comunidades en profundizar la opción misionera.
 El obispo insistió a los fieles presentes en trabajar por la prioridad diocesana: salir al encuentro de los jóvenes adolescentes que no forman parte de las comunidades, y compartir el evangelio en los sectores más desprotegidos de las parroquias.
 Citando la exhortación apostólica del papa Francisco, el obispo llamó a que la pastoral ordinaria se vuelva “más expansiva y abierta”, y que coloque a los agentes pastorales en una actitud de salida. “Todo momento es propicio; no reduzcamos nuestra misión al pequeño espacio de nuestro movimiento, nuestro grupo o nuestra capilla o parroquia”, expresó.
 Monseñor Lugones también hizo notar que María siempre está atenta a las peticiones que se le encargan, como lo estuvo atenta en Caná para advertir la falta de vino. También expresó: “La misión de anunciar el evangelio es ardua, pero con el correr del tiempo y el servicio misional va apareciendo el vino bueno, que es el gusto por la palabra prometedora y consoladora de Dios”.
 Monseñor Lugones concluyó la homilía animando a pedir que María Reina de la Paz conceda a la feligresía diocesana ser mensajera de la Paz del Señor, “que brota de la justicia de cada uno y de la fe confiada en el amor que Dios tiene por su pueblo”.+

 Texto completo de la homilía 
Nuestra Señora de la Paz 
Homilía de monseñor Jorge Lugonos SJ, obispo de Lomas de Zamora, en la Fiesta Patronal de la diócesis (24 de enero de 2014) 

 Homilía basada en Jn. 2, 1-12 

 En esta celebración el Evangelio nos propone la fiesta de bodas en Caná de Galilea, donde María, Jesús y sus discípulos estaban allí. 
 1. El signo de las bodas: la Alianza 
 Entendemos estas bodas como la alianza de Dios con su pueblo, en el Evangelio María y los discípulos son figura de la Iglesia. La mística popular es la unión de Dios con su pueblo: la Iglesia. Decíamos en la Asamblea del Pueblo de Dios el año pasado que: “Nuestro pueblo al pedir el bautismo está haciendo una alianza perpetua: figura de la unión del alma con Cristo y su Iglesia (mística) ”. 
 Esta unión esponsal genera la alianza en la que Dios como en las bodas bendice, promete y se compromete con los contrayentes, que forman ya familia, cuida el amor y propone descendencia. Este amor de Dios es siempre una donación, un darse sin pedir nada a cambio, es más, es un intercambio de búsqueda continua del amor de Dios hacia el hombre y del hombre hacia Dios. 
 2. Se celebra la alegría de la vida entre jóvenes que prometen fidelidad 
 La alegría de los jóvenes esposos que no están al tanto de la dificultad que se avecina, por la falta de vino, signo dela alegría, la podríamos comparar con el desafío pastoral de nuestra prioridad diocesana: salir a los jóvenes que no están en nuestras comunidades, que en nuestra Asamblea del Pueblo de Dios fue reconocida como una necesidad imperiosa de toda nuestra tarea misionera. 
 Todavía como los jóvenes esposos, hay instituciones y movimientos diocesanos, que no han caído en la cuenta de la dificultad que el Santo Padre refleja en Evangelii Gaudium: «Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación. La reforma de estructuras que exige la conversión pastoral sólo puede entenderse en este sentido: procurar que todas ellas se vuelvan más misioneras, que la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea más expansiva y abierta, que coloque a los agentes pastorales en constante actitud de salida y favorezca así la respuesta positiva de todos aquellos a quienes Jesús convoca a su amistad. Como decía Juan Pablo II a los Obispos de Oceanía, «toda renovación en el seno de la Iglesia debe tender a la misión como objetivo para no caer presa de una especie de introversión eclesial»… 
 Sigue diciendo el Papa: Las demás instituciones eclesiales, comunidades de base y pequeñas comunidades, movimientos y otras formas de asociación, son una riqueza de la Iglesia que el Espíritu suscita para evangelizar todos los ambientes y sectores. Muchas veces aportan un nuevo fervor evangelizador y una capacidad de diálogo con el mundo que renuevan a la Iglesia. Pero es muy sano que no pierdan el contacto con esa realidad tan rica de la parroquia del lugar, y que se integren gustosamente en la pastoral orgánica de la Iglesia particular. Esta integración evitará que se queden sólo con una parte del Evangelio y de la Iglesia, o que se conviertan en nómadas sin raíces[1]. 
 La ausencia del vino, signo de la alegría, podríamos interpretarlo como la falta de coraje apostólico, de animarnos a arriesgar siempre un poco más allá de lo conocido por nuestro incompleto censo barrial, como una falta de disponibilidad, de creatividad, de entusiasmo para entusiasmar a la misión paradigmática, del encuentro con otros prójimos. 
 Como dice el apóstol: Hoy es el día de la salvación, todo momento es propicio, para atender como María, un estar a la escucha del Espíritu, esto nos llena de alegría, porque su Palabra nos convoca y nos misiona, hace desvanecer la ilusión de pensar que tenemos que vivir formándonos, sin aterrizar nunca en el espíritu dela misión. No reduzcamos la misión sólo al pequeño espacio de nuestro movimiento, de nuestro grupo o de nuestra capilla o Parroquia, de nuestros Colegios o de nuestras Instituciones. 
 3. La atención de María, el vino bueno: la misión de la Palabra 
 María está atenta a todas nuestras peticiones, como estuvo atenta en Caná a la mesa de las bodas. María realiza este servicio discreto y cariñoso, comprometido y eficaz, aparece en el Evangelio de Juan aquí y no volverá aparecer su nombre hasta el momento definitivo y trascendente de la cruz. María es figura de la súplica y la espera del pueblo. Es la que escucha la palabra y la anuncia, no se la guarda, ella ha sido fiel a la Palabra de Dios y se ha hecho su servidora. 
 En varias de nuestras parroquias se misiona buscando reunirse en familia o entre vecinos. Junto a la Palabra, en mis visitas pastorales he visto a jóvenes reunidos para celebrar la Palabra por las casas, todas las semanas, con alegría y constancia haciéndose tiempo para Dios. 
 Quiero alentar al comienzo del año, bajo la protección y el ejemplo de María, a animarnos a compartir el Evangelio en los sectores más desprotegidos de nuestras parroquias, es siempre una misión costosa pero fecunda. 
 Como María, desde su servicio atento, con su maternal solicitud, la fiesta en vez de aguarse se puebla de alegría para la Gloria de Dios. 
 La misión de anunciar el evangelio es, al principio, ardua y desalentadora, como la falta del vino en la fiesta, pero con el correr del tiempo y la constancia en el servicio misional, va apareciendo el vino bueno, que es el gusto por la palabra prometedora y consoladora de Dios. 
 4. Manifestar la gloria de Dios 
 El Evangelio dice: “Este es el principio de los signos que hizo Jesús en Caná de Galilea y manifestó su Gloria y sus discípulos creyeron en El”. 
 Los discípulos creen en Jesús a través de los signos que realiza, comienzan a percibir tímidamente su gloria. Jesús desea que mediante estos signos se manifieste y se reconozca la Gloria del Padre. 
 Nuestro camino misional es ir anunciando el mensaje de Jesús. En el Evangelio siempre está presente la misiva de llegar a “glorificar al Padre”. Nosotros también saliendo a las “periferias existenciales”, intentaremos con nuestros gestos, intenciones y acciones dar gloria a Dios. Este es el verdadero “vino bueno”, extraordinario del Evangelio: la Revelación de su Gloria. 
 Este anuncio no lo hacemos de cualquier modo, sino teniendo siempre en el horizonte misional el deseo de la “Mayor Gloria de Dios”, con lo cual no decimos “una misión más, entre las programadas en el año”, es una misión que implica reconocer en el encuentro de cada prójimo, algún reflejo, algún destello, algún resplandor, de este deseo de glorificar al Padre, desde el rostro humano y divino de Jesús, que nos “capacita para Dios”, por la gracia renovadora y transformadora del Espíritu Santo. 
 Sabemos que no hay misión sin cruz, pero la cruz como unión intima con Jesús, pues es allí donde se celebran como en el sacrificio de la misa, las bodas entre Dios y la humanidad. 
 Que Maria, Madre y Reina de la Paz, nos conceda ser mensajeros de la Paz del Señor que brota de la justicia de cada uno, y de la fe confiada en el amor que Dios tiene por su pueblo. 

 Mons. Jorge Lugones SJ, obispo de Lomas de Zamora

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