Inseguridad de Estado
07/04/10
Por Oscar Taffetani
Porque aunque se grabe en las torres y en las puertas
de las ciudades, en grandes caracteres, la palabra libertad,
eso no tiene nada que ver con los particulares,
sino con el Estado.
(Hobbes, “Del Ciudadano”, 1642)
(APe).- Si desapasionadamente, con una frialdad y distancia que nunca querríamos tener, hiciéramos una cuenta tentativa, en base a promedios estadísticos, de las muertes evitables que ocurrieron en el país esta última Semana Santa, la cifra llegaría, como mínimo, a 204, incluyendo allí unos 100 niños muertos por hambre y enfermedades de la pobreza, 88 muertos por accidentes de tránsito y 16 personas asesinadas (entre ellas, tres pibes víctimas del gatillo fácil).
La cuantificación de las muertes, incluso si la hiciéramos con datos estadísticos firmes, no aliviaría el dolor de las comunidades y familias. Nuestro cálculo es una abstracción, mientras que el crimen (incluyendo las categorías del crimen organizado y el crimen policial) presenta un rostro concreto, nítido y terrible, que deja, a quienes lo sufren, marcas imborrables.
Todo esto nos habla de una libertad que si se ha visto restringida en el pequeño mundo de la gente satisfecha (así la llamó el economista liberal John Galbraith), es sencillamente inexistente en los territorios de pobreza, en donde los niños, cuando logran superar el umbral de la mera supervivencia, entran a un corredor de altas e invisibles paredes que desemboca inexorable en una muerte temprana, bajo alguna de las muchas y casi nunca reconocidas formas de la violencia.
Aquel sueño de Lenin
Vladimir Illich Ulianov, apodado Lenin (1870-1924) fue uno de los dirigentes de la revolución triunfante que constituyó el primer Estado obrero de la historia, en la Rusia modernizada -aunque también hambreada y desquiciada- de los Zares.
En julio de 1919, la Universidad Sverdlov, creada por los bolcheviques, invitó a Lenin a dar una conferencia sobre el Estado, ante los alumnos del primer curso. Allí fue el líder de la revolución de Octubre y les habló a aquellos jóvenes, hijos de obreros, futuros cuadros, con palabras que un apunte taquigráfico alcanzó a rescatar. Es notable la suavidad y ternura con que Lenin les habla a esos alumnos, diciéndoles que no se preocupen por entender, en un primer momento, cada una de las teorías o especulaciones que se han hecho sobre el Estado, ya que casi siempre ellas buscan legitimar una apropiación que ha sido injusta en su mismo origen.
“Difícilmente -dijo Lenin- se encontrará otro problema en que deliberada e inconcientemente hayan sembrado tanta confusión los representantes de la ciencia, la filosofía, la jurisprudencia, la economía política y el periodismo burgueses, como en el problema del Estado (…) El Estado es en realidad un aparato de gobierno, separado de la sociedad humana. Cuando aparece un grupo especial de hombres de esta clase, dedicados exclusivamente a gobernar y que para gobernar necesitan de un aparato especial de coerción para someter la voluntad de otros por la fuerza -cárceles, grupos especiales de hombres, ejércitos, etcétera-, es cuando aparece el Estado”.
“La historia demuestra que el Estado, como aparato especial para la coerción de los hombres, surge solamente donde y cuando aparece la división de la sociedad en clases, o sea, la división en grupos de personas, algunas de las cuales se apropian permanentemente del trabajo ajeno, donde unos explotan a otros (…) El capital, una vez que existe, domina la sociedad entera, y ninguna república democrática, ningún derecho electoral pueden cambiar la esencia del asunto”.
Fiel a su credo comunista, Lenin pensaba el socialismo como una etapa
-más larga o más corta, según la historia- en el camino hacia una sociedad sin clases y sin Estado.
A la muerte del líder bolchevique, llegado Stalin al vértice de la nomenklatura, Rusia conoció la cara más represiva y asfixiante de la revolución, alejándose del ideal de una sociedad igualitaria y consolidando un capitalismo de Estado (así lo caracterizó Rodolfo Mondolfo) capaz de encarar empresas sobrehumanas y de realizar obras faraónicas, pero a costa de un sacrificio inenarrable de su pueblo.
La excepción y la regla
“Jamás se da un documento de cultura que no sea a la vez un documento de barbarie”, escribió en su tesis doctoral Walter Benjamin. “Por eso el materialista histórico -agregó- se distancia de él, en la medida de lo posible. Su cometido es pasarle a la Historia un cepillo a contrapelo (…) La tradición de los oprimidos nos enseña que la regla, la verdadera regla, es el estado de excepción en el que vivimos”
El filósofo italiano Giorgio Agamben recogió, medio siglo después, el legado de la Escuela de Frankfurt, desarrollando y actualizando la tesis juvenil de Benjamin y definiendo el estado de excepción (es decir, la suspensión del orden jurídico) como el paradigma normal de gobierno en el capitalismo de esta era, donde la letra y el espíritu de la ley, cuando rigen, rigen tan sólo para unos pocos, mientras las grandes mayorías son sometidas a la excepción (una excepción tan grande y abarcadora que, finalmente, debe ser entendida como la regla).
Pasando del estado con minúsculas al Estado con mayúsculas (ya que, a fin de cuentas, hablamos de lo mismo), una formulación sencilla de la teoría de Agamben nos diría que si la ley y el orden (y la seguridad ciudadana), en la Argentina del siglo XXI, sólo rigen para una casta o una clase o un segmento muy reducido de la población, entonces el único Estado que conocerán los pobres y los no-ciudadanos de nuestra patria será el Estado de excepción, en donde inexorablemente les tocará sufrir, perder y, de mal modo, morir. Y los pibes, esos incesantes hijos de la pobreza, sin número ni nombre ni lugar en el mapa, serán apenas la nuda vida, una existencia que no existe para los registros oficiales.
Cerremos esta breve reflexión con unos versos de Bertolt Brecht, poeta y dramaturgo alemán que en tiempos oscuros (no más que los actuales) pudo escribir La excepción y la regla, una pieza que no ha perdido, con el paso de los años, su fuerza didáctica y moral:
Han visto lo habitual, / lo que constantemente se repite. / Y sin embargo, les rogamos que consideren extraño lo que no lo es. / Tomen por inexplicable lo habitual. / Siéntanse perplejos ante lo cotidiano. / Traten de hallar un remedio frente al abuso. / Pero no olviden quela regla es el abuso.
El secreto de sus piojos
08/04/10
Por Alfredo Grande
“-Disculpame, querido León. Pero no todo
está clavado en la memoria”
(aforismo implicado)
La cartera de Educación porteña censuró materiales pedagógicos del Bicentenario por su “tendencia ideológica”. Hay libros que el ministro no deja leer en el aula. “Como ministro no puedo permitir que se publiquen materiales con alguna tendencia ideológica”, argumentó Esteban Bullrich.“Creo que ningún jefe de Gobierno, ni ministro, ni director de Area debe definir o influir en que los docentes y alumnos utilizen (sic) material con una tendencia ideológica, sea ésta de izquierda, derecha o ‘centro’”.
“Esteban Bullrich, el sucesor de Abel Parentini Posse en la cartera educativa porteña, sinceró con este argumento la decisión de ‘no publicar’ los materiales sobre el Bicentenario, elaborados por especialistas de la Dirección de Currícula, aunque sí, en cambio, colgarlos en su página web personal (www .estebanbullrich.com). Cinco pedidos de informes en la Legislatura reclamando explicaciones, la publicación impresa del trabajo realizado durante 18 meses por los docentes, más un dictamen en el mismo sentido de la Defensoría del Pueblo, una marcha, dos grupos en Facebook de repudio a la ‘censura ideológica’ y una rueda de prensa convocada para el viernes en la Legislatura, muestran que la solución on line del licenciado en sistemas está lejos de conformar a las partes.
(Nora Veiras, Página/12)
(APe).- Luis Landriscina contaba un cuento. Un señor se levanta por la mañana y se da cuenta que le quedan 5 pelos. “Me peino dos para la izquierda, dos para la derecha y uno al medio”. Al dia siguiente, sólo encuentra 4. “Bueno, dos para un lado, dos para el otro”. Un día más y sólo quedan tres: “Uno para la izquierda, otro para la derecha y el del centro. atrás”. Cuando sólo quedan dos, resuelve: “una para este costado, uno para el otro”. Finalmente, al día siguiente se encuentra con un solo pelo. “¡Ma sí, hoy no me peino!”. Cuando no quedan pelos, se nota. Cuando no quedan ideas, se nota menos. Suponer que en la educación puede haber ideas que no impliquen tendencias, mas aún, que no impliquen firmes posicionamientos ideológicos, es haberse quedado pelado de neuronas.
El Bicentenario, para el señor ministro del imposible, al decir del poeta Mario Benedetti, son sólo doscientos años. Habría que preguntarle: “doscientos años… ¿de que?”. Sin tendencia ideológica alguna, apenas podríamos balbucear que el pueblo “quería saber de qué se trataba”, que “French y Berutti tenían el franchising de las escarapelas”, que “llovía, pero, como de costumbre, siempre que llovió, paró”, que “el obispo Lué era un alcahuete de Fernando” (no, en realidad, esto es un poco tendencioso),bueno, que hay gente que viene, que hay que gente que va, como en la casa de Irene. Recordar, conmemorar, evocar, convocar al primer gobierno criollo sin tendencias, apenas permitiría con el rostro grotesco de Stella y Amore, los compradores compulsivos de la tele, decir: “la junta de Mayo financia mejor. Qué grande questa targeta”.
El señor ministro del imposible ha regresado a las épocas del pensamiento único, pero lo ha mejorado. Ha demostrado tener un único pensamiento. A los demás pensamientos se los llevó el peine de la historia. Y el único pensamiento es que el Bicentenario sea tan descafeinado como nuestro himno nacional, amputado, castrado, emasculado justamente para el Centenario. Porque para que las tendencias ideológicas de los criollos no se notaran demasiado y Infanta no se acalorara, se consideró que, por ejemplo, “escupió su pestífera hiel”, era un texto demasiado directo. Por eso tenemos un himno que, en la actualidad, hasta sirve como cortina musical de un aviso de la banca solidaria.
Seguramente, el ministro del imposible cantará sin preguntarse cuál es la tendencia ideológica del himno censurado. Pues bien: es simplemente acallar las voces de los rebeldes de la Historia, para que todo sea más parecido a un partido de bridge o de tute, que a una lucha sin cuartel de un pueblo en armas contra un ejército invasor. Es más grave que censurar. Al menos Tato, aquel voyeur, no ocultaba que cortaba las películas de acuerdo con sus obscenas tendencias ideológicas y eróticas. Cuando en la década del ‘40 se censuraron las letras de algunos tangos, todos recordaban que “en mi pobre vida paria” tenía poco que ver con “en mi existencia azarosa”.
La censura prohíbe lo censurado, pero no puede eliminarlo. La censura no es neutral, ni pretende serlo. El censor es un cerdo que tiene bien claro en qué chiquero le dan de comer. Pero este ministro del imposible aspira a que ninguna tendencia “no de izquierda, ni de derecha, ni de centro” manche el recuerdo inodoro, incoloro e insípido del Bicentenario. No es poca cosa señalar que este ministro no está en condiciones mentales de conmemorar el Bicentenario, porque no puede tolerar tendencias.
Pobres los historiadores revisionistas de la historia “no tendenciosa” de Mitre. ¿O será una de las tantas zonceras que Jauretche no pudo incluir en su libro? Sin embargo, a pesar del grotesco educativo que propone, el tema es grave, muy grave. Tan grave porque de un plumazo, es decir, de un bromazo, sepulta décadas de educación popular, de bachilleratos populares, de experiencias autogestionarias en Educación.
La crítica a la educación formal, sarmientina (con el perdón de las notebooks, que son muy necesarias)ha señalado con justicia que hay educación para el sometimiento o hay educación para la libertad. Y que, en todo caso, quizá sea cierto que el saber es poder, pero no será en los espacios que la cultura represora habilita donde ese poder pueda ser ejercido.
El ministro del imposible pretende una educación que no eduque. Porque educar no es instruir. No es una catequesis laica. No es escuchar comunicados de las fuerzas conjuntas. Educar al soberano es poder disputar la hegemonía de sentidos que los enemigos decantaron durante décadas en la conciencia de los pueblos. Supongo que este ministro del imposible estará de acuerdo en que hubo una Campaña del Desierto, y que eso no tiene que ver con ninguna tendencia ideológica. Pues bien: lo que hubo no fue una campaña, sino una expedición de exterminio; y no fue del desierto, sino al desierto; y además, el desierto no estaba desierto. Pero este ministro contento hubiera ido en ancas de Roca, ya que cuando se habla de tendencias ideológicas, políticas, siempre es para descalificar los intentos de subvertir la historia oficial.
Haga memoria, ministro del imposible: ¿Qué pensó cuando escuchó la noticia que Mónica Cahen D’Anvers dijo en Telenoche que “dos piqueteros fueron muertos en una pelea entre diferentes grupos”? Maximiliano y Darío fueron rescatados por el fotógrafo que no ocultó las pruebas de otra infamia. Pero Mónica, aséptica, no expresaba ninguna tendencia. Apenas una de las tantas historias oficiales.
Señor ministro del imposible: ¿gritó usted los goles del mundial del horror? Seamos democráticamente sinceros, señor ministro. Publique sus propias tendencias ideológicas sobre el Bicentenario. Tómelo como un desafío. Recoja el guante. Quiero leer lo que usted piensa del tema convocante. Después de todo, habrá que esperar 100 años para el Tricentenario y ni usted ni yo estaremos.
Pero ahora sí, quiero que me enseñe cómo se escribe un material pedagógico sin tendencias ideológicas. Usted debe saberlo. No será de los que predica sin dar el ejemplo. Seguro que este texto le va a llegar y, como dicen en el barrio, sabe donde encontrarme. Esto es lo hermoso de la democracia, a pesar de que no siempre cura, de que muchas veces no permite comer y de que, por lo que veo de su gestión, casi nunca educa. No obstante, es democracia, y yo ejerzo mi derecho de pedirle las pruebas de aquello que pretende.
Mientras espero su texto sin tendencias, le adelantaré cuál es la mía: “Con los pobres de la tierra / quiero yo mi suerte echar. / El arroyo de la sierra / me complace mas que el mar”. Es de José Martí, que tenía fuertes tendencias ideològicas. Y se lo dedico a Carlos Fuentealba, que fue asesinado por aquellos que, como usted, no aceptan que las ideologías se expresen, aunque apenas sea, en las tendencias, para conmemorar un Bicentenario de los Pueblos.
Alitas flacas
05/04/10
Por Silvana Melo
(APe).- De vez en cuando el hambre -que es un inquilino persistente- pega un salto y queda puesto a la luz, en tiempos en que se pagan las deudas hacia fuera con reservas.
En tiempos de prioridades claras -ser un buen deudor maquilla mejor la cara vuelta hacia el mundo que recortar hasta el mínimo las hambres de los pequeños compatriotas- como un flash aparece en los medios masivos que nueve millones de chicos tienen panza vacante en la Argentina. Y que unos cuantos miles se mueren al año por desnutrición. Bastante más de lo que mata la delincuencia. Bastante más de los que mueren bajo la bala o el cuchillo de su vecino o pariente. Pero el hambre suele ser apenas un flash. Y la sangre se pasea como invitada central todo el día por todas las pantallas.
Ver nota completa en sitio original
Si desea enviarnos un mensaje, puede hacerlo a
agenciapelota@pelotadetrapo.org.ar
07/04/10
Por Oscar Taffetani
Porque aunque se grabe en las torres y en las puertas
de las ciudades, en grandes caracteres, la palabra libertad,
eso no tiene nada que ver con los particulares,
sino con el Estado.
(Hobbes, “Del Ciudadano”, 1642)
(APe).- Si desapasionadamente, con una frialdad y distancia que nunca querríamos tener, hiciéramos una cuenta tentativa, en base a promedios estadísticos, de las muertes evitables que ocurrieron en el país esta última Semana Santa, la cifra llegaría, como mínimo, a 204, incluyendo allí unos 100 niños muertos por hambre y enfermedades de la pobreza, 88 muertos por accidentes de tránsito y 16 personas asesinadas (entre ellas, tres pibes víctimas del gatillo fácil).
La cuantificación de las muertes, incluso si la hiciéramos con datos estadísticos firmes, no aliviaría el dolor de las comunidades y familias. Nuestro cálculo es una abstracción, mientras que el crimen (incluyendo las categorías del crimen organizado y el crimen policial) presenta un rostro concreto, nítido y terrible, que deja, a quienes lo sufren, marcas imborrables.
Todo esto nos habla de una libertad que si se ha visto restringida en el pequeño mundo de la gente satisfecha (así la llamó el economista liberal John Galbraith), es sencillamente inexistente en los territorios de pobreza, en donde los niños, cuando logran superar el umbral de la mera supervivencia, entran a un corredor de altas e invisibles paredes que desemboca inexorable en una muerte temprana, bajo alguna de las muchas y casi nunca reconocidas formas de la violencia.
Aquel sueño de Lenin
Vladimir Illich Ulianov, apodado Lenin (1870-1924) fue uno de los dirigentes de la revolución triunfante que constituyó el primer Estado obrero de la historia, en la Rusia modernizada -aunque también hambreada y desquiciada- de los Zares.
En julio de 1919, la Universidad Sverdlov, creada por los bolcheviques, invitó a Lenin a dar una conferencia sobre el Estado, ante los alumnos del primer curso. Allí fue el líder de la revolución de Octubre y les habló a aquellos jóvenes, hijos de obreros, futuros cuadros, con palabras que un apunte taquigráfico alcanzó a rescatar. Es notable la suavidad y ternura con que Lenin les habla a esos alumnos, diciéndoles que no se preocupen por entender, en un primer momento, cada una de las teorías o especulaciones que se han hecho sobre el Estado, ya que casi siempre ellas buscan legitimar una apropiación que ha sido injusta en su mismo origen.
“Difícilmente -dijo Lenin- se encontrará otro problema en que deliberada e inconcientemente hayan sembrado tanta confusión los representantes de la ciencia, la filosofía, la jurisprudencia, la economía política y el periodismo burgueses, como en el problema del Estado (…) El Estado es en realidad un aparato de gobierno, separado de la sociedad humana. Cuando aparece un grupo especial de hombres de esta clase, dedicados exclusivamente a gobernar y que para gobernar necesitan de un aparato especial de coerción para someter la voluntad de otros por la fuerza -cárceles, grupos especiales de hombres, ejércitos, etcétera-, es cuando aparece el Estado”.
“La historia demuestra que el Estado, como aparato especial para la coerción de los hombres, surge solamente donde y cuando aparece la división de la sociedad en clases, o sea, la división en grupos de personas, algunas de las cuales se apropian permanentemente del trabajo ajeno, donde unos explotan a otros (…) El capital, una vez que existe, domina la sociedad entera, y ninguna república democrática, ningún derecho electoral pueden cambiar la esencia del asunto”.
Fiel a su credo comunista, Lenin pensaba el socialismo como una etapa
-más larga o más corta, según la historia- en el camino hacia una sociedad sin clases y sin Estado.
A la muerte del líder bolchevique, llegado Stalin al vértice de la nomenklatura, Rusia conoció la cara más represiva y asfixiante de la revolución, alejándose del ideal de una sociedad igualitaria y consolidando un capitalismo de Estado (así lo caracterizó Rodolfo Mondolfo) capaz de encarar empresas sobrehumanas y de realizar obras faraónicas, pero a costa de un sacrificio inenarrable de su pueblo.
La excepción y la regla
“Jamás se da un documento de cultura que no sea a la vez un documento de barbarie”, escribió en su tesis doctoral Walter Benjamin. “Por eso el materialista histórico -agregó- se distancia de él, en la medida de lo posible. Su cometido es pasarle a la Historia un cepillo a contrapelo (…) La tradición de los oprimidos nos enseña que la regla, la verdadera regla, es el estado de excepción en el que vivimos”
El filósofo italiano Giorgio Agamben recogió, medio siglo después, el legado de la Escuela de Frankfurt, desarrollando y actualizando la tesis juvenil de Benjamin y definiendo el estado de excepción (es decir, la suspensión del orden jurídico) como el paradigma normal de gobierno en el capitalismo de esta era, donde la letra y el espíritu de la ley, cuando rigen, rigen tan sólo para unos pocos, mientras las grandes mayorías son sometidas a la excepción (una excepción tan grande y abarcadora que, finalmente, debe ser entendida como la regla).
Pasando del estado con minúsculas al Estado con mayúsculas (ya que, a fin de cuentas, hablamos de lo mismo), una formulación sencilla de la teoría de Agamben nos diría que si la ley y el orden (y la seguridad ciudadana), en la Argentina del siglo XXI, sólo rigen para una casta o una clase o un segmento muy reducido de la población, entonces el único Estado que conocerán los pobres y los no-ciudadanos de nuestra patria será el Estado de excepción, en donde inexorablemente les tocará sufrir, perder y, de mal modo, morir. Y los pibes, esos incesantes hijos de la pobreza, sin número ni nombre ni lugar en el mapa, serán apenas la nuda vida, una existencia que no existe para los registros oficiales.
Cerremos esta breve reflexión con unos versos de Bertolt Brecht, poeta y dramaturgo alemán que en tiempos oscuros (no más que los actuales) pudo escribir La excepción y la regla, una pieza que no ha perdido, con el paso de los años, su fuerza didáctica y moral:
Han visto lo habitual, / lo que constantemente se repite. / Y sin embargo, les rogamos que consideren extraño lo que no lo es. / Tomen por inexplicable lo habitual. / Siéntanse perplejos ante lo cotidiano. / Traten de hallar un remedio frente al abuso. / Pero no olviden quela regla es el abuso.
El secreto de sus piojos
08/04/10
Por Alfredo Grande
“-Disculpame, querido León. Pero no todo
está clavado en la memoria”
(aforismo implicado)
La cartera de Educación porteña censuró materiales pedagógicos del Bicentenario por su “tendencia ideológica”. Hay libros que el ministro no deja leer en el aula. “Como ministro no puedo permitir que se publiquen materiales con alguna tendencia ideológica”, argumentó Esteban Bullrich.“Creo que ningún jefe de Gobierno, ni ministro, ni director de Area debe definir o influir en que los docentes y alumnos utilizen (sic) material con una tendencia ideológica, sea ésta de izquierda, derecha o ‘centro’”.
“Esteban Bullrich, el sucesor de Abel Parentini Posse en la cartera educativa porteña, sinceró con este argumento la decisión de ‘no publicar’ los materiales sobre el Bicentenario, elaborados por especialistas de la Dirección de Currícula, aunque sí, en cambio, colgarlos en su página web personal (www .estebanbullrich.com). Cinco pedidos de informes en la Legislatura reclamando explicaciones, la publicación impresa del trabajo realizado durante 18 meses por los docentes, más un dictamen en el mismo sentido de la Defensoría del Pueblo, una marcha, dos grupos en Facebook de repudio a la ‘censura ideológica’ y una rueda de prensa convocada para el viernes en la Legislatura, muestran que la solución on line del licenciado en sistemas está lejos de conformar a las partes.
(Nora Veiras, Página/12)
(APe).- Luis Landriscina contaba un cuento. Un señor se levanta por la mañana y se da cuenta que le quedan 5 pelos. “Me peino dos para la izquierda, dos para la derecha y uno al medio”. Al dia siguiente, sólo encuentra 4. “Bueno, dos para un lado, dos para el otro”. Un día más y sólo quedan tres: “Uno para la izquierda, otro para la derecha y el del centro. atrás”. Cuando sólo quedan dos, resuelve: “una para este costado, uno para el otro”. Finalmente, al día siguiente se encuentra con un solo pelo. “¡Ma sí, hoy no me peino!”. Cuando no quedan pelos, se nota. Cuando no quedan ideas, se nota menos. Suponer que en la educación puede haber ideas que no impliquen tendencias, mas aún, que no impliquen firmes posicionamientos ideológicos, es haberse quedado pelado de neuronas.
El Bicentenario, para el señor ministro del imposible, al decir del poeta Mario Benedetti, son sólo doscientos años. Habría que preguntarle: “doscientos años… ¿de que?”. Sin tendencia ideológica alguna, apenas podríamos balbucear que el pueblo “quería saber de qué se trataba”, que “French y Berutti tenían el franchising de las escarapelas”, que “llovía, pero, como de costumbre, siempre que llovió, paró”, que “el obispo Lué era un alcahuete de Fernando” (no, en realidad, esto es un poco tendencioso),bueno, que hay gente que viene, que hay que gente que va, como en la casa de Irene. Recordar, conmemorar, evocar, convocar al primer gobierno criollo sin tendencias, apenas permitiría con el rostro grotesco de Stella y Amore, los compradores compulsivos de la tele, decir: “la junta de Mayo financia mejor. Qué grande questa targeta”.
El señor ministro del imposible ha regresado a las épocas del pensamiento único, pero lo ha mejorado. Ha demostrado tener un único pensamiento. A los demás pensamientos se los llevó el peine de la historia. Y el único pensamiento es que el Bicentenario sea tan descafeinado como nuestro himno nacional, amputado, castrado, emasculado justamente para el Centenario. Porque para que las tendencias ideológicas de los criollos no se notaran demasiado y Infanta no se acalorara, se consideró que, por ejemplo, “escupió su pestífera hiel”, era un texto demasiado directo. Por eso tenemos un himno que, en la actualidad, hasta sirve como cortina musical de un aviso de la banca solidaria.
Seguramente, el ministro del imposible cantará sin preguntarse cuál es la tendencia ideológica del himno censurado. Pues bien: es simplemente acallar las voces de los rebeldes de la Historia, para que todo sea más parecido a un partido de bridge o de tute, que a una lucha sin cuartel de un pueblo en armas contra un ejército invasor. Es más grave que censurar. Al menos Tato, aquel voyeur, no ocultaba que cortaba las películas de acuerdo con sus obscenas tendencias ideológicas y eróticas. Cuando en la década del ‘40 se censuraron las letras de algunos tangos, todos recordaban que “en mi pobre vida paria” tenía poco que ver con “en mi existencia azarosa”.
La censura prohíbe lo censurado, pero no puede eliminarlo. La censura no es neutral, ni pretende serlo. El censor es un cerdo que tiene bien claro en qué chiquero le dan de comer. Pero este ministro del imposible aspira a que ninguna tendencia “no de izquierda, ni de derecha, ni de centro” manche el recuerdo inodoro, incoloro e insípido del Bicentenario. No es poca cosa señalar que este ministro no está en condiciones mentales de conmemorar el Bicentenario, porque no puede tolerar tendencias.
Pobres los historiadores revisionistas de la historia “no tendenciosa” de Mitre. ¿O será una de las tantas zonceras que Jauretche no pudo incluir en su libro? Sin embargo, a pesar del grotesco educativo que propone, el tema es grave, muy grave. Tan grave porque de un plumazo, es decir, de un bromazo, sepulta décadas de educación popular, de bachilleratos populares, de experiencias autogestionarias en Educación.
La crítica a la educación formal, sarmientina (con el perdón de las notebooks, que son muy necesarias)ha señalado con justicia que hay educación para el sometimiento o hay educación para la libertad. Y que, en todo caso, quizá sea cierto que el saber es poder, pero no será en los espacios que la cultura represora habilita donde ese poder pueda ser ejercido.
El ministro del imposible pretende una educación que no eduque. Porque educar no es instruir. No es una catequesis laica. No es escuchar comunicados de las fuerzas conjuntas. Educar al soberano es poder disputar la hegemonía de sentidos que los enemigos decantaron durante décadas en la conciencia de los pueblos. Supongo que este ministro del imposible estará de acuerdo en que hubo una Campaña del Desierto, y que eso no tiene que ver con ninguna tendencia ideológica. Pues bien: lo que hubo no fue una campaña, sino una expedición de exterminio; y no fue del desierto, sino al desierto; y además, el desierto no estaba desierto. Pero este ministro contento hubiera ido en ancas de Roca, ya que cuando se habla de tendencias ideológicas, políticas, siempre es para descalificar los intentos de subvertir la historia oficial.
Haga memoria, ministro del imposible: ¿Qué pensó cuando escuchó la noticia que Mónica Cahen D’Anvers dijo en Telenoche que “dos piqueteros fueron muertos en una pelea entre diferentes grupos”? Maximiliano y Darío fueron rescatados por el fotógrafo que no ocultó las pruebas de otra infamia. Pero Mónica, aséptica, no expresaba ninguna tendencia. Apenas una de las tantas historias oficiales.
Señor ministro del imposible: ¿gritó usted los goles del mundial del horror? Seamos democráticamente sinceros, señor ministro. Publique sus propias tendencias ideológicas sobre el Bicentenario. Tómelo como un desafío. Recoja el guante. Quiero leer lo que usted piensa del tema convocante. Después de todo, habrá que esperar 100 años para el Tricentenario y ni usted ni yo estaremos.
Pero ahora sí, quiero que me enseñe cómo se escribe un material pedagógico sin tendencias ideológicas. Usted debe saberlo. No será de los que predica sin dar el ejemplo. Seguro que este texto le va a llegar y, como dicen en el barrio, sabe donde encontrarme. Esto es lo hermoso de la democracia, a pesar de que no siempre cura, de que muchas veces no permite comer y de que, por lo que veo de su gestión, casi nunca educa. No obstante, es democracia, y yo ejerzo mi derecho de pedirle las pruebas de aquello que pretende.
Mientras espero su texto sin tendencias, le adelantaré cuál es la mía: “Con los pobres de la tierra / quiero yo mi suerte echar. / El arroyo de la sierra / me complace mas que el mar”. Es de José Martí, que tenía fuertes tendencias ideològicas. Y se lo dedico a Carlos Fuentealba, que fue asesinado por aquellos que, como usted, no aceptan que las ideologías se expresen, aunque apenas sea, en las tendencias, para conmemorar un Bicentenario de los Pueblos.
Alitas flacas
05/04/10
Por Silvana Melo
(APe).- De vez en cuando el hambre -que es un inquilino persistente- pega un salto y queda puesto a la luz, en tiempos en que se pagan las deudas hacia fuera con reservas.
En tiempos de prioridades claras -ser un buen deudor maquilla mejor la cara vuelta hacia el mundo que recortar hasta el mínimo las hambres de los pequeños compatriotas- como un flash aparece en los medios masivos que nueve millones de chicos tienen panza vacante en la Argentina. Y que unos cuantos miles se mueren al año por desnutrición. Bastante más de lo que mata la delincuencia. Bastante más de los que mueren bajo la bala o el cuchillo de su vecino o pariente. Pero el hambre suele ser apenas un flash. Y la sangre se pasea como invitada central todo el día por todas las pantallas.
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