Derechos difíciles (y humanos)
30/06/10
Por Oscar Taffetani
(APe).- La tasa de mortalidad infantil en la ciudad de Buenos Aires -publicaron varios medios- aumentó por primera vez en cinco años. En 2009 murieron 45 bebés más que en 2008. Dicho de otra manera: en 2009, la tasa fue del 8,3 por mil, cuando la de 2008 había sido de 7,3.
Para el gobierno municipal, la explicación es que hubo “nuevos asentamientos” y que allí los chicos nacen con “malformaciones congénitas” y están más expuestos que otros a los virus y a las enfermedades… (por ejemplo, la enfermedad de no tener cloacas; la de carecer de agua potable, la de ser pobre).
Pero la responsabilidad política por cada niño que muere -por causas evitables- en una ciudad, es de aquellos que gobiernan esa ciudad. Hoy ciertos dirigentes se entrenan para eludir responsabilidades, y no para asumirlas.
Además, la comuna con mayor tasa de mortalidad infantil es la 8, correspondiente a Villa Lugano, Villa Soldati y Villa Riachuelo, pleno sur de la ciudad. Allí se mantiene desde mucho el índice de 12,8 por cada mil, mientras que en barrios del norte -como Palermo- está en un 5,2.
¿Se ha planteado hacer algo, el gobierno de Macri, para eliminar -o por lo menos, achicar- esa brecha? Los hechos demuestran que no.
El Parque y las dos ciudades
Aceptando la propuesta de la Fundación Memoria Histórica y Social Argentina, el municipio porteño aprobó en los ’90 la creación del Paseo de los Derechos Humanos, retazo del Parque Indoamericano inaugurado en la zona sur de la ciudad, sobre lo que alguna vez fueron basurales y terrenos baldíos.
Ese Paseo, al que aportan distintos colectivos de Memoria, quiere recordar, bajo la forma de pequeños bosques de árboles actóctonos, a los desaparecidos de la última dictadura. Otro espacio de esas características es el Paseo de las Malvinas, donde fueron plantados 649 cipreses (uno por cada uno de los caídos en la guerra austral).
Sin embargo, los paseos y el parque mismo sufren una doble maldición: se hallan en la zona más pobre de la ciudad (es decir, un área poco rentable para el gobierno de Macri) y están consagrados a dos asuntos que el gobierno de Macri, por su propia filosofía, desprecia: la memoria de los desaparecidos y la memoria de Malvinas.
A la doble maldición, le corresponde un doble abandono. El Gobierno municipal no aplica las partidas ni los recursos asignados; al mismo tiempo, aprovechando la falta de vigilancia, vándalos de distintas clases depredan el lugar. Así, se van perdiendo las estelas y placas que recuerdan a los soldados de Malvinas, las esculturas que homenajean a los desaparecidos, las columnas de alumbrado y hasta los árboles.
Las plazas y parques del centro y norte de la ciudad, en cambio -como cualquiera puede verificar- cuentan con vigilancia y atención, noche y día.
Rendición de cuentas
Más allá de las disputas y competencias de la dirigencia política, lo cierto es que los Derechos Humanos con mayúsculas (aquellos que proclamó y lanzó al mundo la Revolución Francesa) no se cumplen, ni dentro ni fuera del Parque Indoamericano. Pero tampoco se cumplen los derechos humanos con minúsculas, ésos que son, a nuestro juicio, más importantes. Y por eso en Villa Lugano, donde está el parque, la tasa de mortalidad infantil es la más alta de la Capital Federal.
Quizá debiéramos empezar al revés esta lucha. Y reclamar a los gobiernos
-no sólo al de Mauricio Macri- que tomen como causa patriótica y de unidad nacional bajar la tasa de mortalidad infantil. Eso sí que sería un golazo, para usar una metáfora de estos días.
Y ya que estamos, dar vivienda digna a los niños vivos (por ejemplo, aplicando las partidas presupuestarias aprobadas, para terminar obras como el conjunto edilicio Los Piletones, en uno de los bordes del parque). Y también -por qué no- dar trabajo a los padres de esos niños. Para enseñarles a todos -para enseñarnos- que la educación, la salud, la vivienda y hasta los paseos y los parques, son derechos humanos. Derechos difíciles, y humanos.
Macri tendrá que rendir cuentas, algún día, por esos parques y paseos que hoy deja morir en el sur de la ciudad. Pero antes, deberá rendir cuentas por esos miles de niños que se malogran, que se caen del mapa, y que no llegarán nunca a ser vecinos, ni ciudadanos, ni dueños de su destino.
30/06/10
Por Oscar Taffetani
(APe).- La tasa de mortalidad infantil en la ciudad de Buenos Aires -publicaron varios medios- aumentó por primera vez en cinco años. En 2009 murieron 45 bebés más que en 2008. Dicho de otra manera: en 2009, la tasa fue del 8,3 por mil, cuando la de 2008 había sido de 7,3.
Para el gobierno municipal, la explicación es que hubo “nuevos asentamientos” y que allí los chicos nacen con “malformaciones congénitas” y están más expuestos que otros a los virus y a las enfermedades… (por ejemplo, la enfermedad de no tener cloacas; la de carecer de agua potable, la de ser pobre).
Pero la responsabilidad política por cada niño que muere -por causas evitables- en una ciudad, es de aquellos que gobiernan esa ciudad. Hoy ciertos dirigentes se entrenan para eludir responsabilidades, y no para asumirlas.
Además, la comuna con mayor tasa de mortalidad infantil es la 8, correspondiente a Villa Lugano, Villa Soldati y Villa Riachuelo, pleno sur de la ciudad. Allí se mantiene desde mucho el índice de 12,8 por cada mil, mientras que en barrios del norte -como Palermo- está en un 5,2.
¿Se ha planteado hacer algo, el gobierno de Macri, para eliminar -o por lo menos, achicar- esa brecha? Los hechos demuestran que no.
El Parque y las dos ciudades
Aceptando la propuesta de la Fundación Memoria Histórica y Social Argentina, el municipio porteño aprobó en los ’90 la creación del Paseo de los Derechos Humanos, retazo del Parque Indoamericano inaugurado en la zona sur de la ciudad, sobre lo que alguna vez fueron basurales y terrenos baldíos.
Ese Paseo, al que aportan distintos colectivos de Memoria, quiere recordar, bajo la forma de pequeños bosques de árboles actóctonos, a los desaparecidos de la última dictadura. Otro espacio de esas características es el Paseo de las Malvinas, donde fueron plantados 649 cipreses (uno por cada uno de los caídos en la guerra austral).
Sin embargo, los paseos y el parque mismo sufren una doble maldición: se hallan en la zona más pobre de la ciudad (es decir, un área poco rentable para el gobierno de Macri) y están consagrados a dos asuntos que el gobierno de Macri, por su propia filosofía, desprecia: la memoria de los desaparecidos y la memoria de Malvinas.
A la doble maldición, le corresponde un doble abandono. El Gobierno municipal no aplica las partidas ni los recursos asignados; al mismo tiempo, aprovechando la falta de vigilancia, vándalos de distintas clases depredan el lugar. Así, se van perdiendo las estelas y placas que recuerdan a los soldados de Malvinas, las esculturas que homenajean a los desaparecidos, las columnas de alumbrado y hasta los árboles.
Las plazas y parques del centro y norte de la ciudad, en cambio -como cualquiera puede verificar- cuentan con vigilancia y atención, noche y día.
Rendición de cuentas
Más allá de las disputas y competencias de la dirigencia política, lo cierto es que los Derechos Humanos con mayúsculas (aquellos que proclamó y lanzó al mundo la Revolución Francesa) no se cumplen, ni dentro ni fuera del Parque Indoamericano. Pero tampoco se cumplen los derechos humanos con minúsculas, ésos que son, a nuestro juicio, más importantes. Y por eso en Villa Lugano, donde está el parque, la tasa de mortalidad infantil es la más alta de la Capital Federal.
Quizá debiéramos empezar al revés esta lucha. Y reclamar a los gobiernos
-no sólo al de Mauricio Macri- que tomen como causa patriótica y de unidad nacional bajar la tasa de mortalidad infantil. Eso sí que sería un golazo, para usar una metáfora de estos días.
Y ya que estamos, dar vivienda digna a los niños vivos (por ejemplo, aplicando las partidas presupuestarias aprobadas, para terminar obras como el conjunto edilicio Los Piletones, en uno de los bordes del parque). Y también -por qué no- dar trabajo a los padres de esos niños. Para enseñarles a todos -para enseñarnos- que la educación, la salud, la vivienda y hasta los paseos y los parques, son derechos humanos. Derechos difíciles, y humanos.
Macri tendrá que rendir cuentas, algún día, por esos parques y paseos que hoy deja morir en el sur de la ciudad. Pero antes, deberá rendir cuentas por esos miles de niños que se malogran, que se caen del mapa, y que no llegarán nunca a ser vecinos, ni ciudadanos, ni dueños de su destino.
Cobayos
02/07/10
Por Claudia Rafael
(APe).- No hay límite alguno para la imaginación de los poderes económicos más rutilantes del planeta. Desde principios del siglo XIX en adelante, en que nació la compañía química y farmacéutica más antigua del mundo hasta la actualidad ha ido creciendo en poderío e influencia no sólo financiera sino inclusive sociopolítica. Cuando por estos días la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos rechazó la apelación de la Pfizer por el juicio que desde hace algunos años se lleva en su contra por usar pequeños cobayos humanos nigerianos nadie puede lanzar el grito sorprendido de horror. Han sido, después de todo, innumerables las pruebas de medicamentos en los países más periféricos y empobrecidos que, de salir mal, no generan estupor ni grandes reclamos.
En este caso puntual se trata de las pruebas que la multinacional hizo en 1996 con el antibiótico Trovan en 200 niños y niñas nigerianos: del grupo once fallecieron y otros muchos sufrieron ceguera, sordera o daños cerebrales.
El argumento de Pfizer: que las familias y el gobierno nigeriano habían sido informados de las pruebas.
La empresa, que niega todos los cargos, había apelado, señalando que la Justicia de Estados Unidos no era jurídicamente competente. Pero además Pfizer asegura -como gran argumento a su favor- que las familias y el gobierno nigeriano fueron informados sobre las pruebas.
Un detalle: el uso de Trovan está exclusivamente limitado en los Estados Unidos a casos de pacientes adultos en casos de extrema emergencia.
Pocas multinacionales en el mundo han puesto tanta atención como las de la industria farmacológica en los países más pobres del mundo. Y no precisamente por ese manto de piedad que alguno tal vez quiera erróneamente imaginar. Más bien, esos países y grandes franjas de sus poblaciones han sido sus cobayos. Conejillos de la India que, en caso de salir mal las pruebas, en caso de que la medicación tenga los famosos efectos colaterales a los que hombres como Bush y muchos de sus pares fueron particularmente aficionados durante cada una de sus guerras imperiales, no hacían mella a sus arcas millonarias.
La historia es vasta en ejemplos. Hacia 1997 el entonces presidente norteamericano Bill Clinton pidió disculpas oficiales a las víctimas del estudio de Tuskegee, un experimento realizado entre 1932 y 1972 sobre la población negra del Estado de Alabama desde los servicios públicos de salud. Se trataba de 400 enfermos de sífilis a los que no se les suministró ningún tratamiento en modo deliberado para investigar la progresión natural de las enfermedades venéreas. La mayor parte de esos cobayos humanos eran obreros agrícolas del sur, obviamente pobres y analfabetos. La promesa: que se les estaba curando en forma gratuita de sus problemas sanguíneos. ¿El pago? Comida y transporte gratuitos. ¿Los efectos? 28 murieron de sífilis, 100 de complicaciones derivadas de la enfermedad, las esposas de 40 de ellos, se contagiaron.
Clinton, eso sí, les pidió disculpas en nombre del Estado. Por lo tanto, cuenta saldada.
Hacia 2001, un laboratorio de Pennsylvania pidió al gobierno de Estados Unidos la autorización para utilizar a bebés latinoamericanos en el testeo de una nueva droga. El estudio dividiría a los niños -bolivianos, ecuatorianos, mexicanos y peruanos- en tres grupos: los que tomarían la medicación experimental del laboratorio; los que recibirían una droga ya probada y conocida y los que sólo serían tratados con placebos. En cada grupo habría 325 chicos.
América Latina, Africa, Asia e incluso los países pobres de Europa, como Bulgaria, han figurado entre las más claras preferencias de los experimentos “terapéuticos” que han implicado, levantar o bajar el pulgar a determinado medicamento o incluso ir mejorándolo según los resultados en los cuerpos de sus conejillos de la India. Malformaciones, muertes, contagios han sido los efectos indeseados pero ineludible para un primer mundo necesitado para su supervivencia de las enfermedades que demasiadas veces se promueven para engrosar las arcas de uno de los poderes más sólidos. Capaces de matar o de enfermar a las poblaciones concebidas como “excedente” en un planeta cada vez más inequitativo y más perverso.
Fueron como el Che
01/07/10
Por Alfredo Grande
(APe).- Si el Ideal es lo contrario a la Idealización, siempre pensé que la consigna “sean como el Che” no era un mandato, sino la síntesis de una aspiración fundante. Y que en este caso al menos, el ser y el hacer no estaban disociados. Sean es la mezcla maravillosa del ser y el hacer. Resonancia con un acto, con una propuesta vital, y, en su extremo límite, con una estrategia revolucionaria. Que no es solamente sentir como propia cualquier injusticia, sino también sentir como propia todas las formas todas, de enfrentar a las mil caras del capitalismo predador.
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A horas apenas de los fastos del Bicentenario
29/06/10
Por Silvana Melo
(APe).- A horas apenas de que la bizarría farandulera reabriera las puertas del Teatro Colón. Era el país de los brillos y la fiesta. La ciudad - ombligo de una tierra con tanto claroscuro, puesta a iluminar los dientes blancos del glamour y a barrer a los márgenes las bocas vacías de los expulsados, cerraba los ojos a la tragedia popular del hospital público. A esas horas Nora llegaba al Penna con la peligrosa puntada de la vida en la panza. La sangre se le escapaba en la semana 29 de embarazo. Su rostro amarronado de Cochabamba sufría con la resignación de los pueblos del origen. Para salvar a su beba había que hacerla nacer. Una cesárea y las dos llorarían juntas tarde o temprano, a pesar de las tantas amenazas con que espera la vida. Pero en el Hospital Penna no había anestesistas. Y la chiquita no llegó a ver las palomas que desafían la jungla y de vez en cuando comen de una mano.
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