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CACHORROS

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domingo, 25 de enero de 2015

La diócesis celebró su fiesta patronal

La diócesis celebró su fiesta patronal 
 El obispo diocesano, monseñor Jorge Lugones, presidió esta noche en la Plaza Grigera, frente a la catedral, la fiesta patronal en honor de Nuestra Señora de la Paz. ​ 
 Concelebraron la misa el obispo auxiliar, monseñor Jorge Vázquez; el obispo auxiliar electo, monseñor Jorge Torres Carbonell; y los sacerdotes que se hicieron presente; al finalizar, como todos los años se hizo una procesión con la imagen de la Virgen. 
 Fiesta patronal de la Diócesis de Lomas de Zamora 
Nuestra Señora Madre y Reina de la Paz 
 (Lc. 2, 25-35) 

 Querida comunidad diocesana: 
Nos reúne hoy el amor del Padre Dios, Jesucristo, el hijo de María, que se hará presente en cuerpo y sangre, alma y divinidad, en la Eucaristía, y el Espíritu Santo, quien inspira la devoción, sostiene la fe y genera la caritativa fraternidad de nuestro pueblo. 
 Con el Espíritu Santo en medio del pueblo está María (EG.284) 
Con esta descripción el Papa Francisco nos anima a sentirnos el pueblo de Dios que peregrina en este antiguo y nuevo “Pueblo de la paz”. 
Antiguo pues este año la Iglesia Catedral cumple 150 años de su erección canónica como parroquia; y nuevo porque una gran parte de nuestra multitudinaria población son niños, adolescentes y jóvenes, y porque deseamos desde nuestra prioridad diocesana salir al encuentro de ellos desde este espíritu misionero que la Virgen Madre y Reina de la Paz anima y sostiene. 
El pueblo ve en María la cercanía de Dios con nosotros, pues es ella la que le ha dado su carne y su sangre, para que el Verbo Eterno de Dios se encarnara. Como dice la carta a los Gálatas: Cuando se cumplió el tiempo establecido Dios envió a su Hijo, nacido de mujer. 
Nuestro pueblo fiel siempre va a María, ella es la que vela, cuida, anima y ve las necesidades y urgencias de sus hijos, es la intercesora ante su Hijo, Jesucristo, principio y fin de la vida de los hombres, quien ha venido para ser fuente de salvación. 
 Dice Francisco: Cristo nos lleva a María. Él nos lleva a ella porque no quiere que caminemos sin una madre, y el pueblo lee en esa imagen materna todos los misterios del Evangelio. Al Señor no le agrada que falte en su Iglesia el ícono femenino (EG 285). 
Cuánto le debemos a nuestras abuelas, madres, catequistas, maestras, a esta imagen femenina que tanto bien nos ha hecho en nuestra formación como cristianos, animados (y sermoneados) a ser buenas personas, desde la ternura, la paciencia y la fortaleza de la mujer en la Iglesia. 
El Evangelio nos dice que el anciano Simeón era un hombre justo y piadoso y esperaba el consuelo de su pueblo. 
Esperaba esperanzado la salvación de su pueblo, fue movido, inspirado, llevado por el Espíritu, se dejó guiar por Dios en tiempos donde no sobraba la esperanza de su pueblo. Esperando contra toda esperanza, fue constante en su oración y le fue revelado que no moriría sin ver al Mesías del Señor. La alegría del anciano fue tan grande que tomó el niño en sus brazos y bendijo a José y a María, luego dirigiéndose a María profetizó, no ocultó aquellas duras palabras: Este niño será signo de contradicción y a ti misma una espada te atravesará el corazón. 
María no sólo sentirá esa espada de dolor frente a la cruz de su Hijo, sino que esa profecía a través del tiempo se ha hecho realidad también en el corazón de su pueblo, que sabe ir a la madre, aún con el corazón desgarrado, pues ella es la consoladora de su pueblo, la madre que siempre está atenta ante cada súplica, ante cada situación desesperada y desesperanzadora, porque ella que sufrió el despojo total, sabe consolar, animar, arropar y cuidar la esperanza de sus hijos. 
 Dirá Francisco: Ella es la del corazón abierto por la espada, que comprende todas las penas. Como madre de todos, es signo de esperanza para los pueblos que sufren dolores de parto hasta que brote la justicia… María reúne a su alrededor a los hijos que peregrinan con mucho esfuerzo para mirarla y dejarse mirar por ella. Allí encuentran la fuerza de Dios para sobrellevar los sufrimientos y cansancios de la vida (EG 286). 
 Nuestra Señora Madre y Reina de la Paz, ha acompañado a nuestra patria siempre y desde esta advocación, especialmente en la segunda mitad del siglo XIX, en que los argentinos vivían la confrontación interna entre hermanos; quiso la providencia que en el pueblo de la paz, se levantara un templo bajo la advocación de María Madre de la paz. 
 La mediación de la Virgen de la Paz no ha cesado, la historia de tantos fieles que han pasado suplicantes frente a su imagen, es un testimonio vivo. Hoy la Iglesia nos pide que salgamos a la variedad de periferias existenciales, al encuentro de tantas personas que necesitan la palabra, el abrazo, la escucha, la cercanía del encuentro. 
Ella es la misionera que se acerca a nosotros para acompañarnos por la vida, abriendo los corazones a la fe con su cariño materno. Como una verdadera madre camina con nosotros, lucha con nosotros y derrama incesantemente la cercanía del amor de Dios. A través de las distintas advocaciones marianas, ligadas generalmente a los santuarios, comparte la historia de cada pueblo que ha recibido el Evangelio, y entra a formar parte de su identidad histórica… (EG 286). 
Hoy rogamos a Dios, nuestro Padre, con la intercesión de María de la Paz: 
Pedimos la paz para nuestras familias: 
Enséñanos a caminar nuevamente el sendero del diálogo, hablando a tiempo y a recorrer la costosa ruta del encuentro, saliendo de nosotros mismos. 
 Que sepamos perdonarnos en familia y recrearnos con el vínculo de la cercanía, disimulando los defectos, los errores, incluso las ofensas en bien de la unidad de la familia. Que no nos lastimemos más con la indiferencia, la murmuración o la competencia. 
 Que sepamos corregir lo necesario, pero con cariño siempre, que no prejuzguemos, sino más bien que oremos y ofrezcamos por el que se ha apartado del camino, Dios siempre nos da chance, la providencia crea y recrea las buenas oportunidades. 
Pedimos Madre por la paz social en nuestra patria: 
Sacudidos por el sombrío temor de la inseguridad y la oscuridad de la violencia, que enceguece, mata y deja heridas abiertas, pedimos el consuelo de Dios. 
Líbranos de los poderes malignos de las llamadas “agencias de inteligencia”, apátridas, que manipulan gobiernos, países y personas como patrones de la muerte y del despojo. 
Líbranos del egoísmo de facción política que muchas veces esconde intereses espurios, genera enemistades y alienta los odios, más que generar ideas y propuestas posibles y distintas. Que construyamos en la diversidad a partir de lo que tenemos en común, y siempre para el bien común.
 Alcánzanos la paz fruto de la justicia y la equidad, de la honestidad, librándonos del conformismo o el pesimismo derrotista de que: “ya nada se puede hacer”. 
Danos a todos el gusto de ser y sentirnos pueblo, pueblo con un Padre Dios y la ternura de una madre: María Santísima, cobijados por la bandera que flamea con la brisa de la esperanza y cobija con el sol del amor. 
Te rogamos Madre por la Paz del mundo: 
Especialmente en los lugares de guerra y devastación. Desata con tu intercesión valiosa la anudada mentira de matar en nombre de la religión. 
Líbranos en la Iglesia y en el mundo de los fundamentalismos, con sus consecuencias físicas, síquicas y espirituales, cercenando la libertad y la voluntad de personas y pueblos enteros. 
 Danos luz y unión de voluntades para unirnos frente a las ambiciones nunca satisfechas del “capitalismo salvaje”, que quiere hacer de los pueblos empobrecidos, esclavos a perpetuidad. 
Se lo pedimos al Padre en Nombre de tu Hijo, Señor de la historia, “Príncipe de la Paz”, y te confiamos nuestro deseo de crecer como artesanos del encuentro y constructores de la paz. 
Amén.- 

 Mons. Jorge R. Lugones S.J. 
Obispo de la Diócesis de Lomas de Zamora

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