Canillitas de la vida
09/11/10
Por Claudia Rafael
(APe).- “La Protestaaaa”, “La Repúblicaaaa”, diarioooo voceaba el gurrumín de pelo revuelto y dientes separados, con las dos paletas de conejo y las pecas portadoras de pura infancia. Con la gorra ladeada y el pilón de periódicos bajo el brazo que calentaban un poco apenas en las noches de frío intenso de las viejas calles de empedrado de los tiempos del virrey Arredondo. Eran “la semilla de la discordia”, como enmascaró el diputado Luis Agote hacia 1919 cuando propuso sacarlos de la vida callejera como a sus hermanos lustrabotas, vendedores ambulantes, mandaderos o pibes de los inquilinatos.
“Esos niños empiezan como canillitas y terminan como canallas”, argumentaba el médico Agote y dibujaba con sus palabras la estrategia más perversa de apropiación de la infancia. Era necesario arrancarlos de los ambientes de inmigrantes anarquistas y socialistas, moralizarlos, borrarles todo atisbo de libertad y rebeldía con la institucionalización que generaba la Ley del Patronato de la Infancia
Como antes, en 1902 ya se había marcado territorio ideológico cuando se estableció que “el Poder Ejecutivo podrá ordenar la salida de todo extranjero cuya conducta comprometa la seguridad nacional o perturbe el orden público”.
Había que barrer de las calles y las esquinas a esa presencia molesta que se transformaba en las mismas puertas del poder en un estandarte de denuncia.
“Yo no tengo casa, pero tampoco la preciso. ¡Pa qué la quiero! Tampoco tengo padres… Después de vender los números de la mañana, a las doce, me voy a los sótanos de cualquiera de los diarios de la tarde y allí me como un pan o masitas con algún chorizo asao, salame o butifarra. Cuando ya he morfao, salgo a vender, hasta la noche… Pero ¡qué pucha! los botonez no me dejan y me sacan á empujones, gritándome: ¡Haragán!...¡Atorrante!... Me tengo que ir á otra parte”, reconstruía Caras y Caretas en mayo de 1908.
Orden, progreso, tradición, patria, hogar. Banderas homegeneizantes de una Argentina vertiginosamente cambiante. Leyes y más leyes imponían -en un contexto conservador y de políticas higienistas- un concepto de nacionalidad que buscaba fusilar masivamente la conciencia política y la protesta. La Ley de Defensa Social, en 1910 promovía el arresto preventivo de cualquiera que estuviera teñido de pensamiento anarquista.
La niñez era y será siempre la semilla tierna e ingenua del peligro naciente. Porque el futuro es suyo y eterno, porque no hay muerte que los roce y les tuerza esa terca costumbre de caminar por el borde. Inocentes esponjas capaces de creer que utopía no es una estación de tranvía lejana y saber en carne propia que la injusticia no es reina y señora sino enemiga eterna.
Había que tutelarlos. Encerrarlos. Moldearles el pensamiento a imagen y semejanza. Quitarlos de sus conventillos e inquilinatos. Barrerlos de la calle.
Agote diseñó a la perfección la larga sombra que pendería sobre las cabezas despeinadas, de piojos saltimbanquis y pelos enredados, durante mucho más de un siglo. Control y moralización. Lemas impostergables que concluyeron y siguen concluyendo en la institución asilar. Las semillas de la discordia que fueron los canillitas de Florencio Sánchez son hoy millones de pibes de los arrabales que deben taxativamente ser celados para su necesaria regeneración.
Michel Foucault define que el Estado asegura el consenso social prometiendo orden y seguridad, colonizando e institucionalizando la vida colectiva. Y la normatización de la ley 10.903 de Patronato justamente bosquejó la intervención estatal para desdibujar de la vida nacional al niño “desviado”, al niño incontrolable, al niño semilla de maldad.
“Tengo en mi banca varias sentencias de jueces condenando por reincidentes a chicos de 10, 11, y 12 años de edad. Si se buscan los antecedentes de estos pequeños criminales, se encuentra que son lustrabotas, vendedores de diarios o mensajeros”, pronunció el médico conservador el 27 de agosto de 1919 desde su banca.
Los pequeños criminales de entonces tienen hoy también pecas y dientes de paleta y viven igual que los canillas de hace un siglo sin un techo y una mesa de nutrientes que los calienten en los días de frío. Suelen buscar esas tibiezas en las esquinas, ajenos al brazo contenedor del Estado. Desoídos en sus historias de ninguneo y de penuria. Empujados a las fronteras de la vida por falta de abrazo y de abrigo. Expulsados de la escuela a la que desconocen como territorio.
Canillitas que ya no venden diarios sino que limpian vidrios o hacen malabares en un semáforo que sistemáticamente les enciende la luz roja a sus vidas. Sin que puedan imaginar que una mañana de éstas tendrán que salir a vocear por las calles “diariooo, se aprobó el nuevo Código Contravencional en la provincia” pergeñado para caerles inmediatamente sobre sus propias cabezas. Para penalizar la protesta social, arremeter contra ellos y todos los vulnerables de estas tierras y abrir cada vez más márgenes a la discrecionalidad del poder policial y el control.
Critica de la razón K (2º parte)
11/11/10
Por Alfredo Grande
“Darío, Maxi y Mariano se abrazaron. Tan asesinados y tan vivos”
(aforismo implicado)
“Sabemos que estamos ante un final de época. Atrás quedó el tiempo de los líderes predestinados, los fundamentalistas, los mesiánicos. La Argentina contemporánea se deberá reconocer y refundar en la integración de equipos y grupos orgánicos, con capacidad para la convocatoria transversal, el respeto por la diversidad y el cumplimiento de objetivos comunes”. Discurso del Presidente Néstor Kirchner al asumir la presidencia de la República Argentina 25-05-2003
(APe).- “Cuando empieza el luto” es una obra de teatro de mi padre, cuyo seudónimo como autor era Juan Carlos Ferrari. El luto se sabe cuando empieza, pero se ignora cuando termina. Hay lutos que se despliegan en tiempos y espacios determinados, y en algún momento permiten al menos una cuenta nueva sin borrón. Hay otros que prolongados mas allá del bien y del mal, sostienen la pesadilla de los vivos que ya nunca dispondrán de su libertad ni de su alegría. La muerte de Néstor Kirchner nos ha dejado una Argentina Culpable. En los dos registros en los cuales la culpa se procesa: lo persecutorio y lo melancólico. En el primer registro se busca al responsable directo, o indirecto, por acción, por omisión o por simple deseo. “Algún culo va a sangrar” y entonces el Jefe de Gabinete sugiere quien puede ir y quien mejor se queda con las ganas, o con algo parecido. Incluso algunos ponderaron que la más odiada de las odiadas mujeres de la oposición se llamara a silencio. Se ignora que se contestó, pero hablar del tema, no habló. No hace mucho todos acordamos que la peor opinión es el silencio. Parece que cada vez acordamos menos. Lo cierto es que para cierta lectura, Kirchner fue asesinado por la oposición gorila, y por lo tanto, y parafraseando tristes palabras, se acabó otra leche de cualquier tipo de clemencia. “Al enemigo, ni justicia”. Sin embargo, se alaba el regreso de la política, aunque mas bien estamos observando que alguna tregua se ha roto y que sin declaración o con declaración (habitualmente en programas radiales matinales) alguna guerra está por empezar. Una oyente de un espacio radial que es mas K que los kinotos, dijo, supuestamente indignada: “donde estaba Altamira cuando asesinaron a ese militante del PO”. (nota especial: PO lo dijo casi con arcadas) La realidad no se paga de palabras, sino de actitudes. La culpa persecutoria es la matriz donde reverdece ese macartismo de consorcio que tanto daño hace, porque legitima los otros macartismos. El significante privilegiado para el discurso justificatorio de ese macartismo es “gorila”. Y ser oposición es ser gorila porque una razón simple: si es opositor es gorila. Tautología con una demoledora eficacia política. Puede tener apenas dos macetas, pero si es oposición seguro está entongado con la oligarquía terrateniente. Hoy la culpa persecutoria que ha regresado a la Argentina, coloca a toda la izquierda en varios banquillos no de acusados, sino de condenados. Si los gorilas lo mataron a Néstor, todo puede complicarse. También la guerra es la continuación de la política por otros medios. Esta culpa persecutoria está todavía amortiguada por el excedente de dolor todavía presente. Pero sabemos que el tiempo amortigua los dolores mas profundos, y si bien no todas las heridas cierran, todas dejan de sangrar. La cuestión es que en ese momento, el de los dolores mitigados, el contrapeso de la culpa persecutoria habrá desaparecido. Y la consecuencia mas probable sea su desmesurado crecimiento. Las próximas elecciones seguramente podrán acelerar ese mecanismo.
En el registro de la culpa melancólica también hay un culpable, pero no está afuera, sino que está adentro. Uno mismo es el culpable de la desgracia. Han aparecido trabajos donde se le pide perdón a Néstor. Palabras mas, palabras menos: “pobre mi Néstor querido, cuantos disgustos le daba”. Un acto nuevamente alejado de la política, y mas cercano a las lógicas familiaristas tipo “Asi es la vida”, la película que inmortalizara Enrique Muiño. Con la absoluta convicción de tener la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser, la culpa melancólica lo pone al sujeto en el borde exterior del precipicio. No puede no caerse. La única reparación, desde ya desmesurada, es sostener lo incondicional del apoyo a la viuda. Cristina, a la que habría que esperar para que pudiera elaborar todas las facetas de su duelo desgarrador, recibe la mayor adhesión que nadie pudiera imaginar algunos meses antes. Pero en esa adhesión, mas allá de la política, late una determinación profunda: “no soy culpable de su muerte”. Sacarse de encima la insoportable pesadez de la culpabilidad por la muerte de Néstor, reafirma la adhesión absoluta a su compañera de la vida. Nuevamente la política desaparece. Y todo aquello que de la realidad pudiera pensarse como negativo para la imagen idealizada que se está construyendo, es desestimado totalmente. Un ministro dice que la inflación es cosa de ricos. Le faltó decir que el IVA es cosa de pobres. La imperiosa necesidad de amortiguar la culpa melancólica puede lograr que hasta las mediciones del Indec resulten creíbles. Haberlo combatido en vida no es motivo de orgullo, sino de escarnio. Hasta el más lúcido pensador de la izquierda plantea que ha nacido un nuevo modelo de pareja política. Pareja que en realidad es matrimonio, y nuevamente la política cede su espacio a la lógica del parentesco. El maquillaje del patriarcado ha sido consumado, por ejemplo suprimiendo gradualmente el “de Kirchner”, por el apellido de origen. La sola posibilidad de que muerto el padre, hay un espacio político mayor para el hijo, es estremecedora. Son determinaciones de la sangre, de la herencia, que nuevamente colocan a la política en el lugar de una incómoda espectadora. Otro de los efectos de la culpa melancólica, es el permanente “gracias, gracias, muchas gracias” que se lee, se escucha y se alucina todo el tiempo. Espero que a nadie se le ocurra un Néstor Nuestro para agradecer y reverenciar a aquel que podría estar en los cielos. Pero este “demos gracias” subvierte a la democracia, colocando la voluntad, el deseo, y el poder del Soberano muy por encima de otras soberanías menos soberanas.
La culpa, persecutoria o melancólica, impedirá el duelo. El pasaje del recuerdo al mito será su cristalización permanente. Después de todo, ser hijo de las Madres y Abuelas, pero solo desde el día en que asume como presidente, autoriza a replantearse que hacía Néstor en los largos años en que era huérfano. Pero todo intento de historizar en este momento deviene peligroso. Mostrar lo contradictorio, e incluso lo incompatible en la figura de Néstor Kirchner, se opone a una Mítica Razón de Estado. Los que lo combatieron no lo comprendieron. Y los que lo siguieron, esos comprenden todo. De todos modos, los asesinatos, detenciones arbitrarias (como la de Karina Germano) los desaparecidos (Luciano Arruga, Julio Jorge López), las insoportables rentas sojeras, mineras, petroleras, ganaderas, y otros males mayores, no permiten acceder a la hipótesis que el único heredero será el pueblo. En ele mejor de los casos, será un heredero mas, de una herencia que tiene demasiados beneficiarios. Pero en algo debo acordar completamente con Néstor Kirchner: “el tiempo de los líderes predestinados quedó atrás”. Si alguien quiere ponerlo por delante, al menos no será en mi nombre.
El hambre de los yerbatales
08/11/10
Por Silvana Melo
(APe).- Dice la leyenda que un hombre tan viejo como pobre abrigó en su choza a un peregrino hambriento y entre los dos mordisquearon el único pan, solitario, sobre la mesa. El viajero era Tupá. “Porque tuve hambre y me diste de comer”, le habrá dicho el dios guaraní, que no era Cristo pero compartían dones. Y a cambio le regaló una planta que sería “calmante de la sed, compañía para las horas de soledad y generoso tributo para las visitas”. Era la caá.
Fue yerba mate con el correr de los siglos y a la hora de la ronda, del agua puesta a punto, del chorrito que cae en el lugar preciso, del sabor que tiene alma y vuelo de Tupá, siempre en el fondo subsiste la amargura.
El suplicio de Héctor Rafael Díaz, de dos años y un olvido que le taló la vida hizo asomar apenas a Misiones de aquella postal de tierra roja, feraz y voluptuosa. Y, tímidamente, la irrumpió en la cara oculta de la pobreza extrema y de los niños que mueren por desnutrición en la tierra donde bulle la riqueza. Milagros Benítez murió días después.
Ver nota completa
Día de la Tradición (en Facebook)
10/11/10
Por Oscar Taffetani
(APe).- Alguien puso un retrato de José Hernández en el muro de sus amigos, esta mañana. Fue para recordar que el 10 de noviembre, en la Argentina, es el Día de la Tradición. Google está muy ocupado con las efemérides globales y por eso no pudo reflejar algo tan particular en su logo, este año. Tal vez lo haga el año próximo. Porque Google no para de aprender -aún de sus errores- y ése es un rasgo importante del capitalismo.
¿Qué tiene que ver José Hernández con el Facebook? ¿Qué tiene que ver Google con el capitalismo? ¿Qué tienen que ver los argentinos del siglo XXI con los del siglo XIX? Tratar de responderse a esas preguntas nos ayudaría a librarnos de aquella sutil maldición que dejó Ortega (“no saben qué les pasa y eso es justamente lo que les pasa”).
Ver nota completa
Si desea enviarnos un mensaje, puede hacerlo a
No hay comentarios.:
Publicar un comentario